martes, 19 de febrero de 2008

Sucesos extraños.

Vengo a hablaros de algo que me ha dejado patidifuso. Apenas puedo hilar mis pensamientos. No, no hablo de la renuncia del compañero Fidel; de eso ya hablaré otro día...

Anoche, como cada lunes, estaba viendo cómo John McEnroe era acusado de asesinar a un mozo casadero utilizando una máquina expendedora de condones como arma punzante en CSI: NY. Poco más interés me ofrecía ese capítulo que el ver al famoso tenista e imaginarmelo gritando al juez "It was on the line!", cuando llegó uno de esos insufribles mensajes que dan paso a la publicidad con un engañoso y mezquino "volvemos en 5 minutos". ¡Vuestros muertos!

Tenemos en casa la extraña costumbre de, en esos momentos, pasar a otro canal de televisión. Es un concepto extranjero que importamos nosotros en uno de los viajes. Se le llama Zapping. ¡Yo traje el Zapping a Euskadi, chaval!
Fué entonces cuando ocurrió.
La emisora sintonizada fué ETB2; estaban dando "el conquistador del fin del mundo". En pantalla, la pedorra proyecto de modelo, réplica juvenil de Carmen de Mairena, que en sus años de instituto fué designada como persona más probable de acabar entre las sábanas de Pedro Ruiz, Marta López, iba a cometer uno de los mayores sacrilegios televisivos de la historia. Compartiendo plano, el ogro vasco por excelencia. Ese hombre que es Yeti, por su afición a subir altas y escarpadas montañas, pero no es Bigfoot por idem.
Juanito Oiarzabal, sí. Una de las tres únicas personas en el planeta cuya cara jamás ha visto el sol; que ya nació con una poblada barba que rechazaba la luz solar, lunar y de neón. Los otros dos son mi propio padre, al que siempre he conocido con barba y, por tanto, desde niño la ha tenido, y Chuck Norris, quien jamás podría afeitarse al no existir cuchilla que pueda siquiera rasguñar algo que crece en él.
La ya citada Marta, estaba preparando el terreno para perpetrar el atentado a los valores, a la estética y al sentido común, enjabonando, con más tontería que brio, el ya sentenciado vello de Juanito. Tan poca maña se daba -y mira que la chica habrá tenido que sacudir su mano, arriba y abajo, frente a múltiples hombres- que la propia víctima se prestó a ayudarla.
Apareció un complice dispuesto, Gillette en mano, a propiciar la caida del eremita montañero. Y pasada tras pasada, destruyeron todo lo que se puede destruir con una maquinilla. ¡Juanito sin barba! irreconocible. Ya no era un machote que ha subido a todos los ochomiles imaginables, no. Ahora parece uno de esos pobres hombres que piden dinero en la puerta del supermercado.
Ha caido un mito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad es que sin barba ya no parece el mismo. Hasta parece más joven. Y menos rudo y tal.