Jueves, ocho de la tarde. Las 10 víctimas, divididas en dos grupos, se prestan, resignadas a su inminente destino. A la vista está el frio acero de dos poderosas y afiladas cuchillas; enfrentadas para acometer su cruenta finalidad. Las dos semanas que han transcurrido desde que fueron condenadas se antoja una vida entera, pero ha sido apenas un suspiro. Es hora de comenzar.
La primera de las víctimas, uno bajito, fuertote y rechoncho, se acerca a las cuchillas. Se inclina y dispone la parte más accesible de su cuerpo ungueal a sus verdugos: sus hermanos. A ellos también les llegará la hora. Con poder mecánico, las hojas, nuevas y afiladas, del instrumento se cierran rozando el hiponiquio, haciendo un corte en las estructuras queratinosas; seccionando limpiamente. Los restos son retirados.
El segundo en la línea es uno bajito, fibroso. Todos le conocen por ser un acusador, un chivato. Siempre asiduo a las palizas -su eponiquio siempre magullado-, pero siempre fué útil. No vacila; es práctico y sabe que ha llegado la hora, así que rápidamente se coloca y espera la caida del frio acero. El corte es más rápido que con la anterior victima. Siguiente.
Alto, altanero, siempre ofensivo. Aunque pocos conocen su verdadera misión: el placer. Se inclina, pero no le es fácil acomodarse en el potro. Debe echarse atrás para que los verdugos no seccionen el lecho ungueal; sería un dolor atroz, no el rápido final de sus compañeros. Se está eternizando y la paciencia se agota. El corte no es tan limpio como los anteriores, pero es efectivo. Se retiran los restos y se depositan en un montón.
La próxima víctima llora. Es el más comprometido del grupo; el más romántico, el que más tiene que perder. Se resiste un poco. Tiene mala suerte: Debido a su constitución las cuchillas deben acercarse al hiponiquio, produciendo un agudo dolor. Su vista se nubla.
El más débil; el más raquitico, el que se encarga de los peores trabajos¡, ha visto morir a sus compañeros. Debido a la vida que le ha tocado llevar le cuesta poner en juego sus articulaciones para acomodarse en la antinatural postura en la que debe colocarse. Es débil y las cuchillas abren camino fácilmente. Ya está.
Y ahora lo mismo con la mano derecha. Joder, cómo sufro cortándome las uñas.
La primera de las víctimas, uno bajito, fuertote y rechoncho, se acerca a las cuchillas. Se inclina y dispone la parte más accesible de su cuerpo ungueal a sus verdugos: sus hermanos. A ellos también les llegará la hora. Con poder mecánico, las hojas, nuevas y afiladas, del instrumento se cierran rozando el hiponiquio, haciendo un corte en las estructuras queratinosas; seccionando limpiamente. Los restos son retirados.
El segundo en la línea es uno bajito, fibroso. Todos le conocen por ser un acusador, un chivato. Siempre asiduo a las palizas -su eponiquio siempre magullado-, pero siempre fué útil. No vacila; es práctico y sabe que ha llegado la hora, así que rápidamente se coloca y espera la caida del frio acero. El corte es más rápido que con la anterior victima. Siguiente.
Alto, altanero, siempre ofensivo. Aunque pocos conocen su verdadera misión: el placer. Se inclina, pero no le es fácil acomodarse en el potro. Debe echarse atrás para que los verdugos no seccionen el lecho ungueal; sería un dolor atroz, no el rápido final de sus compañeros. Se está eternizando y la paciencia se agota. El corte no es tan limpio como los anteriores, pero es efectivo. Se retiran los restos y se depositan en un montón.
La próxima víctima llora. Es el más comprometido del grupo; el más romántico, el que más tiene que perder. Se resiste un poco. Tiene mala suerte: Debido a su constitución las cuchillas deben acercarse al hiponiquio, produciendo un agudo dolor. Su vista se nubla.
El más débil; el más raquitico, el que se encarga de los peores trabajos¡, ha visto morir a sus compañeros. Debido a la vida que le ha tocado llevar le cuesta poner en juego sus articulaciones para acomodarse en la antinatural postura en la que debe colocarse. Es débil y las cuchillas abren camino fácilmente. Ya está.
Y ahora lo mismo con la mano derecha. Joder, cómo sufro cortándome las uñas.
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