miércoles, 8 de agosto de 2007

Enemigo a las puertas.

La palabra "odio" siempre me ha parecido demasiado fuerte. Cuando oigo a algun crio decirle "te odio" a alguno de sus progenitores, aunque sea en la televisión, se me encoge el estómago. Sé que no lo dice con intención, pero decir que odias a alguien me parece algo demasiado profundo y retorcido como par hacerlo a la ligera. Es por esto que muy pocas veces en mi vida he dicho que odio a alguien; porque he odiado a muy poca gente. Si me preguntáis a quien odio ahora, lo tengo muy claro: mi vecina.
En realidad no es vecina, ya que la casa pertenece a una señora muy amable -algo alocada y escandalosa, pero amable- que no la usa porque tiene otra más cómoda para sus necesidades. Como digo, la señora
-La Lirio- no usa su casa, y son sus hijos los que la disfrutan: uno de ellos vive todo el año, y duerme en el cuarto inmediatamente inferior al mio; el otro vive en Bilbao y lo utiliza como casa de veraneo. Este último está casado y tiene dos hijas, gemelas. Pero el azote de mi tranquilidad es su esposa; a ella odio.
Está loca, simplemente. No penséis que somos un vecindario de esos que siempre andan con lios y peleas. De hecho somos una vecindad bastante avenida, que procura no molestar y ayudarse, sin meterse en las vidas de los demás. Y lo conseguimos 11 meses al año... pero falla agosto. ¿Qué pasa en agosto? que viene La Loca.
La loca no sabe hablar. Sólo vocifera entre el grito y chillido. Y su tono siempre es despectivo, hasta hacia sus propias hijas de pocos años. Tiene una voz que sólo puedo definir como naso-rebuznal con algo de graznido de urraca. Y no se corta ni por el horario ni por los vecinos. El sábado pasado sin ir más lejos, me despertó sobre las 10 cuando gritó en el patio -donde da la ventana de mi dormitorio y se produce, además, reberberación- a una de sus hijas "¡para darte una paliza!". Incluso su pequeña hija le recriminó tal frase.

Mi madre, que siempre evita los problemas, no me deja que le diga nada y me tengo que joder, pero a veces es inevitable y le chisto o grito que se calle. Pero le dá igual. Sé que me ha tenido que oir más de una vez y que le consta que me molesta, pero le da igual. Es una zorra egoista que trata a todo el mundo como a un animal. No hay fin de semana en que no me despierten sus gritos, ni tarde que chafe con sus improperios. Pero además, en la calle, lejos de parecer la hidra que realmente es, disimula y va de simpática.

El marido tiene más paciencia que un santo, pero a mi ya se me han hinchado los huevos. Estoy por convocar a Obi Wan, Ironman, Sr. Mxyzptlk y gran papa smurf para que le den una paliza. O sea, a Scott el de La mazmorra del antroide.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es que hay gente que no sabe qué hacer para llamar la atención... y no dejar vivir al resto del mundo.

Pues yo sí que suelo odiar bastante a menudo. A alguna que otra persona del continente americano... del sur... de un país muy grande... jajajaja.

Anónimo dijo...

Yo he pasado del odio a mis vecinos de arriba a la resignación, después de 24 años dando escobazos al techo las cosas siguen igual o incluso peor.
La familia de arriba se conforma de 3 generaciones, abuelos, padres (aurnque estos tengan casa propia) e hijos de éstos. Además, gracias a una reforma que hicieron hace algunos años, tienen la distribución de la casa al revés de como venía de serie, luego tengo el salón de ellos encima de mi habitación.
En fin, sólo queda esperar a que los nietos se independicen (aunque tal y como estan las cosas y teniendo en cuenta que la hija mayor tiene 25...) y por lo menos sólo quedarán dos viejos sorderas.