miércoles, 5 de marzo de 2008

Viajar a Dublín.

Hace ya casi un año desde que Akia y yo nos fuimos de viaje a la capital irlandesa. El Martes 17 de abril de 2007 a las 15.30 nos presentábamos en la terminal de Loiu dispuestos a embarcar en el avión de la compañía irlandesa Aer Lingus que nos llevaría, en un vuelo sin escalas al aeropuerto de Dublín -Aerfort Bhaile Átha Cliath-.

Llegamos allí, equipados con nuestra guía CityPack de El País-Aguilar, una navaja de Eibar -que me acompaña siempre en los viajes-, algo de embutido y mucha ilusión por ver todo aquello. Cogimos un Aircoach -autobús del aeropuerto- que, para ser sinceros, no es nada barato, pero se puede pagar. Creo recordar que eran unos 7€ por persona y el trayecto duraba unos 40 o 45 minutos. Bueno, es más barato que un taxi, así que...
Lo positivo es que el autobús tenía su última parada a unos 15 metros de nuestra fonda, el Isaacs Hotel.
Tampoco el hotel era barato -la verdad es que pocas cosas en Dublín lo son- pero estaba muy céntrico, bien comunicado y era cómodo. Para presupuestos más ajustados existe el Isaacs Hostel. La habitación incluía un calentador de agua, té, café soluble y algunas galletas -que reponían diariamente- que nos fueron muy útiles para hacer desayunos rápidos y baratos. Curiosidad: es el primer hotel -y único hasta el momento- en el que he estado que tuviera una Holy Bible como en las películas.

El primer día -la primera tarde, en realidad- nos recibió un clima apacible; ligeramente nuboso pero sin lluvia. Aunque no os fieis; a las orillas del Liffey pega un aire que refresca. Y por lo márgenes de este rio empezamos el paseo, viendo el Custom house y siguiendo rio abajo, hasta Grattan bridge, donde giramos a la izquierda para ver el ayuntamiento de la ciudad. Siguiendo por la calle frente al ayuntamiento vimos las afueras de Christ church cathedral, una de las dos catedrales de Dublín y la única cristiana -curiosamente St. Patrick's es protestante-. Terminamos el paseo preliminar volviendo hasta Dame street y de vuelta al la ribera, y, cruzando el rio, ver Four Courts y una vieja destilería. Una cena frugal y a dormir, que el siguiente día iba a ser largo.


Una de las cosas que más sorprende de esta ciudad es lo bulliciosa que es. Desde muy temprana hora de la mañana hasta bien entrada la noche la calle O'Connell está repleta de gente que viene y va. Una impresionante cantidad de personas de toda edad y condición moviéndose. No en vano es una de las ciudades con población más jóven y, a la vez, mayor tasa de desempleo. En serio, de 10 a 13 resulta incluso agobiante el encontrarse con tanta gente como había.
Y es que, pese a existir varios métodos de transporte público -tranvía, tren elevado y bus, además de taxi-, Dublín es una ciudad básicamente para andar. Sólo cogimos el tranvía una vez para ir al bario Kilmainham, y la vuelta la hicimos a pie.

El segundo día, temprano, con un precioso día de cielo azul, salimos del hotel y nos dirigimos hacia Talbot Street para terminar en O'Connell street, arteria principal de la ciudad. Esta calle es fácil de distinguir gracias a the Spire, una especie de aguja de 120 metros de altura que está donde anteriormente yacía una estatua de Nelson. Supongo que cuando los irlandeses del sur lograron ser libres pensarían "y con el inglesito este... ¿qué coño hacemos?". Bueno, tardaron unas décadas, pero lo sustituyeron por ese gigantesco símbolo fálico.
En la misma calle O'Connell encontramos uno de los lugares más importantes de la lucha independentista de la nación irlandesa: el General Post Office. Donde, tal vez alguno se acuerde, se dio el levantamiento de pascua de 1916 contra el dominio británico por parte de iconos como Éamon de Valera, Michael Collins, James Conolly -que sería vilmente ejecutado por este hecho- y muchos otros valientes. En las columnas de estilo dórico de la fachada aún se ven los agujeros de bala de aquella refriega. Merece la pena entrar para ver la hermosísima decoración de la oficina y una estatua de Cuchulainn. Yendo hacia el sur y pasando el Bank of Ireland -fue sede del parlamento irlandés hacia 1782- llegaremos a Grafton Street. En esta calle deberemos hacer caso a la estatua de Molly Malone.
En Tara Street, justo detrás del castillo de Dublín, se encuentra el Chester Beatty Library & Gallery; la librería privada de sir Alfred Chester Beatty, que fué un ávido coleccionista que se especializó en arte de religiones. El centro posee una impresionante colección sobre el Islamismo, el cristianismo y el budismo. La entrada es gratuita, pero sólo se permite visitar algunas zonas si se llama con antelación. Hay taquillas gratuitas donde se deben dejar las mochilas.
Dvblinia se encuentra justo al lado de la catedral cristiana. Es una exhibición interactiva sobre la historia de Dublin, desde su fundación, pasando por la edad media y los normandos hasta las invasiones vikingas -a las que se presta especial atención-. Es algo caro, pero sale rentable visitarlo con una entrada combinada para Christ Church cathedral, a la que se llega por un paso elevado. Christ Church Cathedral es bella pero pequeña, aunque posee unas características que la hacen única: si nos acercamos al coro y miramos hacia la entrada, podremos observar que la pared que nos queda a la derecha está sensiblemente inclinada. Esto es debido a que su bóbeda se derrumbó en 1562; dirigiéndonos a las catacúmbas veremos en una urna un ratón y un gato momificados, escenificando una persecución. Bueno, en realidad no están escenificando nada, ya que es así como fueron encontrados atrapados en el órgano. Al parecer quedaron allí atrapados en plena lucha de especies.
Yendo hacia el sur por Nicholas street -que pasa a ser Patrick street- nos encontraremos la iconográfica catedral de san Patricio, dedicada al santo al que todos los irlandeses del mundo rinden tributo. Aunque St. Patrick se hizo santo convirtiendo a los paganos al cristianismo, la catedral es hoy protestante -estos irlandeses...-. La catedral es preciosa, sencilla, elegante... Me llamo poderosamente la atención el crucero, donde se guardan las banderas capturadas a los enemigos en incontables batallas... el conocido escritor Jonathan Swift -Los viajes de Gulliver- fue dean de esta iglesia y en la parte derecha mirando al altar, junto a la entrada, se encuentra su tumba.

Lo maravilloso de los museos y galerías nacionales de irlanda es el precio de la entrada: son totalmente gratuitos y en la mayoría existe un guardarropía donde podemos dejar los bultos y hacer la visita con comodidad. La parte negativa es que no se permiten fotos ni videos. Tras dejar St. Patrick's y comer un tentempié de la mochila, nos dirigimos al National museum de la calle Kildare, y después al de heráldica, también gratuito. Es muy curioso y, aunque pequeño, tiene una impresionante colección de escudos de armas y monedas. Muchos irlandeses nacidos fuera del país vienen aquí en busca de su pasado.

Como buenos turistas fuimos a un sitio típico a cenar fish & chips. Vale, no os creais que es ir allí y decir que quieres Fishanchips, no. Se pide el tipo de pescado y, sinceramente, no conozco los nombres de pescado ingleses. Al final pedímos Plaice y Cod, que son platija y bacalao respectivamente. He de reconocer que es una comida barata y llena mucho, pero el pescado me parecio sosísimo. Tal vez debímos aceptar la salsa mezcla de vinagre y no se qué que nos ofrecieron... Las patatas eran deliciosas -de las mejores que he comido en mi paseo por los mundos de dios- y mucho más que abundantes.


El día siguiente es el que recuerdo con mayor agrado. Cogímos por la mañana un tranvía hacia Kilmainham, algo alejado del centro. Nos apeamos en la estación James's y dando un agradable paseo en una preciosa mañana primaveral llegamos a nuestro primer destino: Kilmainham Gaol. La prisión de Kilmainham es de obligada visita, ya que este edificio es fiel reflejo de la historia socio-política de Irlanda.
Construida en 1796 y reformada posteriormente en la época victoriana, ha sido espejo de la sociedad de dublinesa desde su mismo principio. Durante la gran hambruna irlandesa la prisión estaba abarrotada, debido a que la gente se moría, literalmente, de hambre y las leyes eran muy duras. Existen casos documentados de niños condenados a la prisión por pequeños hurtos, caso de una niña de 8 años que fue condenada por robar un abrigo al no poder soportar el frió. La parte correspondiente a la primera construcción que se conserva es más una mazmorra que una prisión; con pasillos lóbregos y fríos -donde llegaban a vivir los reos al no haber sitio en las celdas para todos-, poca higiene y menos comida. Pese a todo, el estar en la cárcel durante la hambruna era una garantía de comer algo, al menos.
En la reforma victoriana quisieron suplir estas carencias; ellos creían en el poder del orden, de la luz y del trabajo para reinsertar a los delincuentes; la parte nueva de la prisión es amplia, con un enorme tragaluz y construida en forma de herradura para que, situado en un punto concreto y con las puertas de las celdas abiertas, un sólo centinela pudiese ver a la perfección el interior de todas ellas. Ésta parte muchos de vosotros ya la conocéis, ya que ha sido escenario de películas como "Un trabajo en Italia", "En el nombre del padre" o "Michael Collins", aunque en realidad Michael Collins no pisó esta parte de la cárcel sino la antigua. El que si pasó un tiempo en ella fue Éamon de Valera, en una celda que hoy tiene una placa con su nombre.
Y también aquí fueron fusilados la gran mayoría de los rebelados en pascua del 16: P. H. Pearse, Thomas J. Clarke, Thomas MacDonagh, Joseph Plunkett, Edward Daly, Michael O'Hanrahan, William Pearse, John MacBride, Con Colber, Éamon Ceannt, Michael Mallin, Seán Heuston, Seán Mac Diarmada y James Connolly -de Valera no fué sentenciado a muerte por tener nacionalidad estadounidense; Gran Bretaña veía peligrar el apoyo americano en la primera guerra mundial en caso de matarle-. Mención especial tiene el fusilamiento de James Conolly, que fue herido de muerte en el asedio al General Post Office y, al no poder mantenerse el pie, fue fusilado atado a una silla. Esta afrenta sólo consiguió reforzar el espíritu nacionalista de Irlanda.
La visita guiada es en riguroso inglés y es magnífica; los guías cuentan gran cantidad de detalles y datos curiosos. Repito, visita obligada.

Deshaciendo el camino se llega hasta el precioso Royal Hospital -equivalente a Les Invalides de París-. Hoy en día es un museo de arte moderno, pero nosotros hicimos caso omiso a las obras expuestas y nos dirigimos a los preciosos jardines del lugar. Es un paseo muy agradable y, en uno de los bancos, se come el hamaiketako de lujo.
Siguiendo el camino por la calle Bow Lane West llegamos a otro lugar realmente interesante, en la famosa calle St James's gate. ¿No sabéis de qué hablo? ¡Guinness Storehouse! Ni más ni menos que la famosa cervecería donde hay visita turística que, para los cerveceros, es como La Meca. La entrada es cara, no se puede negar: 12€ la persona. Pero la entrada, en lugar de ser un trozo de papel, es una especie de pisapapeles de metacrilato con el logotipo de la cervecería y una gota del famoso Stout en su interior que te llevas para casa. Además, llega un aro de plástico que, en el pub de la azotea, se puede cambiar por una genuina pinta gratis. Este lugar, llamado Gravity bar está a 70m de altura y ofrece una buena vista de esta parte de la ciudad mientras te tomas tu pinta. La tienda de recuerdos es fantástica. Y bueno, no querréis decir a las amistades que no habéis visitado Guinness, ¿no?

Dando un paseo -un poco largo- volvimos al centro de la ciudad; Allí, cruzando el famoso Ha'penny bridge -llamado así por el peaje que había que pagar- llegamos al Temple Bar -que no es un bar aunque hay un pub que se llama así- de donde surgió Dublín -o Bhaile Átha Cliath en gaélico-. Antiquísimo barrio con un ambiente increíble, preciosos pubs de película, cerveza fria, whiskey y calles empedradas. Y de aquí, siguiendo hacia el este por la calle Dame primero, y luego por Nassau, llegamos a otro de los monumentales museos de la ciudad: el National Gallery; museo pictórico, gratuito y enorme. Hace falta un buen rato para disfrutar de él. Nos quedamos el resto de la tarde hasta que fueron a cerrar y después de merendar nos dirigimos por la orilla del Liffey en busca de un monumento a U2 que no encontramos.


El último día lo comenzamos en el Trinity college. Una universidad de película donde estudiaron ilustres irlandeses -aunque seguro que algunos jugaban al equivalente celta del mus en el equivalente celta de la taberna de la uni-. El principal atractivo es The book of Kells, un libro medieval que resalta por ser luminoso y alegre. El problema son las colas que provoca, por lo que optamos pasear por el campus, ver un poco de rugby e irnos a nuestro siguiente destino.
Otro de los iconos de esta maravillosa ciudad es la arquitectura Georgiana, y sus conocidas puertas. Y para disfrutar de ésta, nada mejor que dirigirse a Lower Fitzwilliam street y buscar el número 29. El number twenty nine es una casa georgiana exquisitamente restaurada por el Electricity Supply Board. Una visita guiada en inglés nos explica cómo era la vida de aquella época tanto para una familia acomodada -a la que pertenecían ese tipo de casas- como para sus criados y el resto de la ciudadanía. Todo esto en un marco incomparable. La restauración es prácticamente perfecta y la visita guiada amena y didáctica -en perfecto inglés, claro-. También la considero visita obligada.
Para terminar fuimos al Dublin castle; castillo donde residian los virreyes ingleses, brazo de la corona británica en la isla esmerada. No me esperaba que me gustase tanto, sinceramente, pero la visita guiada -en inglés, of course- es muy interesante y amena. Cuentan cantidad de anécdotas y detalles. También se muestran unas excavaciones bastante recientes donde se han descubierto los cimientos iniciales que se remontan a la época de los normandos; principalmente el muro defensivo, el lugar donde tiraban los cadáveres.... Las entradas se compran con antelación, así que se puede aprovechar el tiempo para ir haciendo otras cosas.


Dublín, cuna de varios de los mejores escritores. Ciudad donde discurre la compleja, a ratos divertida y siempre genial Ulises de James Joyce, dónde Jonathan Swift escribió los viajes de Gulliver, Oscar Wilde inició su diletante vida...
Existen placas que marcan el camino que Leopold Bloom recorre en la novela Ulises y resulta un buen paseo.
Simplemente adoro Dublín; perdonad mi entusiasmo. Y un montón de lugares que me dejo...



P.S. Paso de Flickr; me meto a Picasa que mola más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante, me han entrado ganas de ir y todo!!

Yo primero aprenderé Ingles, porque sino, lo veo chungo.

Para este año a ver si preparo yo un documento sobre Liguria (Italia), donde si todo va bien, pasaré las vacaciones de verano.