Apenas hace un mes que murió la que, de facto, fue mi abuela. Y me acaba de llamar mi padre; mi padrino ha muerto. He tenido que pedirle que lo repita, creí haber entendido mal. Ha muerto.
Aún no me lo puedo creer, una persona de mediana edad que se cuidaba. Médico. Estaba bien y de pronto su corazón ha reventado. Esa es la expresión: de pronto. Súbitamente, sin que nadie se lo esperase, se ha apagado. Aún no me lo creo. Pero sé que, poco a poco, la incredulidad dará paso al dolor. Y mis ojos se llenarán de lágrimas, de pronto.
No puedo dejar de pensar en su esposa. Joder, eran la pareja mejor avenida que conozco. Apenas los he visto discutir, y cada vez que los veía juntos… él contando sus famosos chistes, malos, horrorosos, pero siempre intentando divertir a sus amigos. Ella mirándolo, riéndose. A ella sí le hacían gracia sus chistes. Y en sus ojos… que nadie me diga lo contrario. En sus ojos se veía el amor.
No tengo para olvidar su mirada intensa, desgranando un chiste con esa voz que siempre me gustó, disparando las palabras aceleradamente. O cuando le veía, haciendo footing bien temprano, antes de ir a la playa y a tomar unos potes con los amigos. Los potes que, con él y su mujer, podían estirarse hasta la hora de la merienda y más allá. ¿Y a quién le importaba?
En mi memoria están todas esas veces en que él, el mejor padrino del mundo, me llevaba a una tienda del pueblo y me decía “¡venga, coge lo que quieras!”. Y yo, con los ojos desorbitados mirando todas aquellas cosas que, en mi tierna infancia, me parecían las creaciones más maravillosas. Y, mudo, perdía mi vista entre todos aquellos juguetes y terminaba eligiendo una baratija. Pero con toda la ilusión de un niño y agradecimiento infinito hacia mi mecenas, mi aitxebitxi.
Siempre se quejó de mi querencia hacia las baratijas. Pero, ¿qué más podía yo pedir?
Se ha ido, y ya no podré sentir su cariño cuando hablaba conmigo. Cuando se interesaba por mi vida, pero de verdad. Él no preguntaba por cumplir, sino porque quería saber de veras. Y yo siempre se lo devolví. Cariño sincero de un ahijado que adoraba a su padrino, y a su esposa que siempre me jodió no tuviese un “puesto” en la familia como tía, madrina o algo. Pero, ¡qué demonios! Es mi segunda madrina. Y tiene todo el cariño de este quién suscribe.
Agur, aitxebitxi; una de las mejores personas que he conocido. Ahora el mundo es un lugar un poquito peor.
Aún no me lo puedo creer, una persona de mediana edad que se cuidaba. Médico. Estaba bien y de pronto su corazón ha reventado. Esa es la expresión: de pronto. Súbitamente, sin que nadie se lo esperase, se ha apagado. Aún no me lo creo. Pero sé que, poco a poco, la incredulidad dará paso al dolor. Y mis ojos se llenarán de lágrimas, de pronto.
No puedo dejar de pensar en su esposa. Joder, eran la pareja mejor avenida que conozco. Apenas los he visto discutir, y cada vez que los veía juntos… él contando sus famosos chistes, malos, horrorosos, pero siempre intentando divertir a sus amigos. Ella mirándolo, riéndose. A ella sí le hacían gracia sus chistes. Y en sus ojos… que nadie me diga lo contrario. En sus ojos se veía el amor.
No tengo para olvidar su mirada intensa, desgranando un chiste con esa voz que siempre me gustó, disparando las palabras aceleradamente. O cuando le veía, haciendo footing bien temprano, antes de ir a la playa y a tomar unos potes con los amigos. Los potes que, con él y su mujer, podían estirarse hasta la hora de la merienda y más allá. ¿Y a quién le importaba?
En mi memoria están todas esas veces en que él, el mejor padrino del mundo, me llevaba a una tienda del pueblo y me decía “¡venga, coge lo que quieras!”. Y yo, con los ojos desorbitados mirando todas aquellas cosas que, en mi tierna infancia, me parecían las creaciones más maravillosas. Y, mudo, perdía mi vista entre todos aquellos juguetes y terminaba eligiendo una baratija. Pero con toda la ilusión de un niño y agradecimiento infinito hacia mi mecenas, mi aitxebitxi.
Siempre se quejó de mi querencia hacia las baratijas. Pero, ¿qué más podía yo pedir?
Se ha ido, y ya no podré sentir su cariño cuando hablaba conmigo. Cuando se interesaba por mi vida, pero de verdad. Él no preguntaba por cumplir, sino porque quería saber de veras. Y yo siempre se lo devolví. Cariño sincero de un ahijado que adoraba a su padrino, y a su esposa que siempre me jodió no tuviese un “puesto” en la familia como tía, madrina o algo. Pero, ¡qué demonios! Es mi segunda madrina. Y tiene todo el cariño de este quién suscribe.
Agur, aitxebitxi; una de las mejores personas que he conocido. Ahora el mundo es un lugar un poquito peor.
4 comentarios:
ya lo siento...
2 perdidas tan importantes en tan poco tiempo...
Vvimos felices en nuestra burbuja de cristal hasta que la muerte nos golpea y rompe una parte, entonces no damos cuenta de lo fragil que es ese equilibrio,esa felicidad. Aunque con el tiempo le pongamos parches siempre veremos la raja del cristal donde nos golpeó...
Lo importante no es la vida propia, que tarde o temprano se acabará, sino la vida que dejamos en los otros y que es la perdurará.
Un abrazo.
Apa!
PRECIOSO homenaje a Enrique. SÉ que le vamos a echar mucho de menos. Un abrazo, aquí tiene un amigo.
Realmente tienes muchas suerte de haber tenido a Enrique de padrino, igual que la hemos tenido todos los que lo hemos conocido y hemos podido disfrutar de sus "malos" y siempre ingeniosos chistes, eso sí, sin faltar nunca a nadie, alegrándonos incluso los momentos de trabajo detrás de una barra. Han sido muchos añosy ya le echamos mucho de menos.
Publicar un comentario