viernes, 19 de febrero de 2010

La comunidad del anillo.

Anoche llegamos Ashley y yo de nuestro pequeño viaje de dos semanas por Francia, como ya comenté en el anterior post. Hemos visitado lugares que me moría de ganar por ver, como la antigua Oradour-sur-glane, los lugares decisivos de la operación Overlord, o el Mont Saint Michel, además de otros varios sitios. Y, claro, entre esos sitios no podía faltar la eterna París, ¿verdad?

Menos aún siendo la primera visita de mi dulce concubina a tan icónica ciudad. Y, aunque era mi tercera aventura parisiense, nunca se dejan de descubrir cosas, querido lector, nunca.

Una de esas nuevas cosas es la proliferación de personajillos saca-cuartos en los lugares de mayor turismo. Y no me refiero a las personas africanas que siempre ha habido por allí, ganándose la vida honradamente, vendiendo llaveros y cosas de más o menos gusto, pero siempre de frente.
No, me estoy refiriendo a los gitanos rumanos. Llamadme racista, si queréis, que me suda las pelotas.

Bien, éstos señores no se ganan la vida vendiendo cachivaches. Ni siquiera vendiendo romero o la buenaventura. No, se acercan a uno con falsos pretextos y con la intención de robar o timar. Y punto. Uno de los modos es el que he tenido a bien titular como "la comunidad del anillo" y éste es su Modus Operandi: Se acercan a uno, de modo nada sutil, por cierto, y se agachan, como habiendo encontrado algo en el suelo. Entonces muestran su hallazgo: una alhaja, un anillo dorado que incluso a mis inexpertos ojos resulta una burda baratija.
Entonces, pueden actuar de dos modos: o bien intentan timarte para que les compres el anillo, que ya digo es una mierda de latón o plástico; o mientras estás despistado, te intentan levantar la cartera.
Pero, por mucho que esto me hinche las pelotas, lo que más me jode es que ni siquiera para ésto se esfuerzan, coño. Joder, es que todo el movimiento es evidente hasta para el más lento de entendederas. Que dan ganas de decirles "joder, muchacho, aunque sea ponle un poco de espíritu, coño". Pero no, ellos abúlicos, como sabiendo que no va a funcionar.

Pero lo más recalcitrante es el número. Literalmente, cada quince segundos, te ves atacado por estos gandules del timo, o por sus señoras, que al son de "excuse me, do you speak english?" tratan de captar tu atención para soltarte el rollo más lacrimógeno con la esperanza de que sueltes unos leuretes. Aunque devolviéndoles respuestas absurdas y abracadabrantes nos divertimos bastante.

En resumen, son un coñazo.

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