No me jodas, no me jodas...
Lunes 1 de diciembre, 0900 hora zulú de la mañana (minutillo más, minutillo menos). Como un puto zombi llego al aparcamiento de la empresa y tras un penoso intento de aproximación a una plaza de aparcamiento, logro estacionar mi vehículo entre las dos rayas. A mi lado acaba de efectuar un proceso equivalente nuestro querido Deivid.
Tras los iniciales saludos post-fin-de-semana y unas risas, nos dirigimos, hechos puré de tapioca, hacia la puerta que da acceso a la empresa. Esta puerta tiene un sofisticado método de apertura mediante tarjeta RFID... o puedes llamar a la secretaria para que te abra. Además, la puerta no debe de cerrar del todo bien.
Al entrar nos hemos dado cuenta de que en la parte interior de la misma colgaba un nuevo cartel. Dicho cartel era una advertencia de seguridad instando a todos los empleados a cerrarla bien y comprobarlo. Con nuestra matutina curiosidad azuzada hemos subido al primer piso, donde está sita la oficina donde vegetamos. Allí existe otra puerta con el mismo sofisticado sistema de apertura que la de abajo. Y sí, en esta también colgaba un cartel de advertencia. Pero más explicativo que el anterior. Resumiré, someramente, lo más interesante del mismo:
"Debido a sucesos recientes rogamos a los empleados que no abran la puerta a nadie y comprueben que está bien cerrada".
¿Sucesos recientes? ¿Qué coño ha pasado? ¿Habrán robado? Las preguntas normales.
Y así hemos puesto pié en la oficina, bromeando sobre la novedad, jijí, jajá. A primera vista la oficina parecía estar tal y como la habíamos dejado el viernes. Los nuevos equipos con sus flamantes monitores en su sitio, las chorradicas de encima de la mesa también, mi montaña de papelotes (la mayoría no son míos) revuelta y desordenada... todo correcto. A mi lado, Kiko, comentaba el suceso. Parecía tener información privilegiada, como es habitual.
Al parecer, este sábado a eso de las 1400 hora bosquimana, alguien llamó a la puerta de arriba. Una persona que estaba de guardia acudió a abrir, no sospechando nada. Al fín y al cabo, ¿qué iba a sospechar? Al abrir se encontró con ¡un puñado de gitanos! (según las más recientes informaciones podrína no ser gitanos). Estos, al parecer, habían accedido al edificio al no estar la puerta de la calle correctamente cerrada. La empleada, con muy buen criterio, optó por cerrarles la puerta en las narices. Al poco rato llegó otra empleada a la que también le tocaba guardia, y se encontró con dicho grupúsculo gitanil. Estos interpelaron a la trabajadora diciéndole que venían "a por chatarra". ¿Eh? ¿Perdón? ¿Chatarra en un edificio de oficinas?
Por fín acudió seguridad y la Ertzaintza a hacerse cargo de los intrusos que, al parecer y siempre según las informaciones de que dispongo, entraron enmascarados para evitar la cámara de seguridad que graba la entrada.
Hasta aquí el hecho, mas o menos grave que, tomándolo con humor, ni siquiera llega a la crónica de sucesos. Y claro, todos bromeando sobre la intrusión, los gitanformáticos, los ciberchatarreros... una anécdota que, incluso, puede llegar a animar un lunes por la mañana, a pesar del susto que las pobres empleadas que se encontraron el pastel debían de tener en el cuerpo. O no, ¡que para algo son vascas y echás p'alante!
Pero al ir a coger la hucha de los Euromillones que yo custodio desde tiempos inmemoriales... ¡sorpresa! ¡¡¡Nos han robado el bote!!!
¡Algún indigno infraser, hijo de una hiena, de mil putas y la mayor escoria jamás concebida se ha hecho con un botín de unos 13€ y una hucha artesana!
Rápidamente se han abierto dos líneas de investigación. La una, la más evidente, señala a los gitanos con dedo acusador y una más que recomendable distancia de seguridad para evitar posibles males.
La otra, la que más peso cobra a cada instante y por la que yo, como damnificado, investigador y pensador, opto acusa a una vieja conocida. A una archienemiga, villana e instrumento de la poderosa organización que controla nuestro salario. Sí, amigos, yo creo que volvemos a encontrarnos con un golpe de ¡Ladelalimpieza!
Según mi reconstrucción de los hechos, con aviesa mirada y pérfidas intenciones, se dirigió a mi escritorio simulando hacer su trabajo -una evidente capa de polvo desmiente que lo haya llevado a cabo-. Allí vió nuestra hucha, una tarrina de helado Frigo huchificada, con señales semi-borradas por los milenos y la erosión que rezaban "Euromillones" y "Pasta aquí" y billetes y monedas en su interior. Es posible, mea culpa, que dicha hucha estuviera sobre la mesa -aunque personalmente creo que estaba en mi cajón-. Es uno de sus dos lugares habituales debido al trajín de las aportaciones pecuniarias que los jugadores convergentes llevamos a cabo a lo largo de la semana, etcétera.
Allí, decía, lo vió nuestra enemiga. Sus ojillos de rata brillaron y una siniestra sonrisa se marcó en su rostro, a la par que una idea de extrema crueldad cruzó su retorcida mente. Y placa, con un golpe de muñeca, nuestro bote a tomar por culo.
La otra hipótesis implica que los gitanos entrasen dentro de la oficina -cosa que los datos actuales parecen desmentir- y fueran ojeando los puestos de trabajo hasta descubrir nuestra hucha. Que, al parecer, sería lo único sustraido. A mi no me cuadra...
Claro que hay una tercera posibilidad. Algo tan hijoputesque, que dirían los franceses, que no me atrevo ni a tener en consideración. Pero siempre hay que tener este tipo de cosas en cuenta, sino menuda mierda de Eje que somos... ¿Y si, pregunto, algúna persona, envidiosa, avariciosa o rencorosa, hubiese intentado jodernos mediante este mezquino hurto? En el aire lo dejo... Y huele mal.
Pese a lo crítico que soy con la empresa, con la oficina y con ciertas personas, jamás me hubiese esperado que algo así fuera a suceder. Soy bastante descuidado, lo admito. Pero el día en que en mi lugar de trabajo, donde paso muchísimas horas de mi vida, no pueda dejar cosas de cierto valor sobre la mesa... ese es un mal día. Qué hijos de puta, de verdad.
Lunes 1 de diciembre, 0900 hora zulú de la mañana (minutillo más, minutillo menos). Como un puto zombi llego al aparcamiento de la empresa y tras un penoso intento de aproximación a una plaza de aparcamiento, logro estacionar mi vehículo entre las dos rayas. A mi lado acaba de efectuar un proceso equivalente nuestro querido Deivid.
Tras los iniciales saludos post-fin-de-semana y unas risas, nos dirigimos, hechos puré de tapioca, hacia la puerta que da acceso a la empresa. Esta puerta tiene un sofisticado método de apertura mediante tarjeta RFID... o puedes llamar a la secretaria para que te abra. Además, la puerta no debe de cerrar del todo bien.
Al entrar nos hemos dado cuenta de que en la parte interior de la misma colgaba un nuevo cartel. Dicho cartel era una advertencia de seguridad instando a todos los empleados a cerrarla bien y comprobarlo. Con nuestra matutina curiosidad azuzada hemos subido al primer piso, donde está sita la oficina donde vegetamos. Allí existe otra puerta con el mismo sofisticado sistema de apertura que la de abajo. Y sí, en esta también colgaba un cartel de advertencia. Pero más explicativo que el anterior. Resumiré, someramente, lo más interesante del mismo:
"Debido a sucesos recientes rogamos a los empleados que no abran la puerta a nadie y comprueben que está bien cerrada".
¿Sucesos recientes? ¿Qué coño ha pasado? ¿Habrán robado? Las preguntas normales.
Y así hemos puesto pié en la oficina, bromeando sobre la novedad, jijí, jajá. A primera vista la oficina parecía estar tal y como la habíamos dejado el viernes. Los nuevos equipos con sus flamantes monitores en su sitio, las chorradicas de encima de la mesa también, mi montaña de papelotes (la mayoría no son míos) revuelta y desordenada... todo correcto. A mi lado, Kiko, comentaba el suceso. Parecía tener información privilegiada, como es habitual.
Al parecer, este sábado a eso de las 1400 hora bosquimana, alguien llamó a la puerta de arriba. Una persona que estaba de guardia acudió a abrir, no sospechando nada. Al fín y al cabo, ¿qué iba a sospechar? Al abrir se encontró con ¡un puñado de gitanos! (según las más recientes informaciones podrína no ser gitanos). Estos, al parecer, habían accedido al edificio al no estar la puerta de la calle correctamente cerrada. La empleada, con muy buen criterio, optó por cerrarles la puerta en las narices. Al poco rato llegó otra empleada a la que también le tocaba guardia, y se encontró con dicho grupúsculo gitanil. Estos interpelaron a la trabajadora diciéndole que venían "a por chatarra". ¿Eh? ¿Perdón? ¿Chatarra en un edificio de oficinas?
Por fín acudió seguridad y la Ertzaintza a hacerse cargo de los intrusos que, al parecer y siempre según las informaciones de que dispongo, entraron enmascarados para evitar la cámara de seguridad que graba la entrada.
Hasta aquí el hecho, mas o menos grave que, tomándolo con humor, ni siquiera llega a la crónica de sucesos. Y claro, todos bromeando sobre la intrusión, los gitanformáticos, los ciberchatarreros... una anécdota que, incluso, puede llegar a animar un lunes por la mañana, a pesar del susto que las pobres empleadas que se encontraron el pastel debían de tener en el cuerpo. O no, ¡que para algo son vascas y echás p'alante!
Pero al ir a coger la hucha de los Euromillones que yo custodio desde tiempos inmemoriales... ¡sorpresa! ¡¡¡Nos han robado el bote!!!
¡Algún indigno infraser, hijo de una hiena, de mil putas y la mayor escoria jamás concebida se ha hecho con un botín de unos 13€ y una hucha artesana!
Rápidamente se han abierto dos líneas de investigación. La una, la más evidente, señala a los gitanos con dedo acusador y una más que recomendable distancia de seguridad para evitar posibles males.
La otra, la que más peso cobra a cada instante y por la que yo, como damnificado, investigador y pensador, opto acusa a una vieja conocida. A una archienemiga, villana e instrumento de la poderosa organización que controla nuestro salario. Sí, amigos, yo creo que volvemos a encontrarnos con un golpe de ¡Ladelalimpieza
Según mi reconstrucción de los hechos,
Allí, decía, lo vió nuestra enemiga. Sus ojillos de rata brillaron y una siniestra sonrisa se marcó en su rostro, a la par que una idea de extrema crueldad cruzó su retorcida mente. Y placa, con un golpe de muñeca, nuestro bote a tomar por culo.
La otra hipótesis implica que los gitanos entrasen dentro de la oficina -cosa que los datos actuales parecen desmentir- y fueran ojeando los puestos de trabajo hasta descubrir nuestra hucha. Que, al parecer, sería lo único sustraido. A mi no me cuadra...
Claro que hay una tercera posibilidad. Algo tan hijoputesque, que dirían los franceses, que no me atrevo ni a tener en consideración. Pero siempre hay que tener este tipo de cosas en cuenta, sino menuda mierda de Eje que somos... ¿Y si, pregunto, algúna persona, envidiosa, avariciosa o rencorosa, hubiese intentado jodernos mediante este mezquino hurto? En el aire lo dejo... Y huele mal.
Pese a lo crítico que soy con la empresa, con la oficina y con ciertas personas, jamás me hubiese esperado que algo así fuera a suceder. Soy bastante descuidado, lo admito. Pero el día en que en mi lugar de trabajo, donde paso muchísimas horas de mi vida, no pueda dejar cosas de cierto valor sobre la mesa... ese es un mal día. Qué hijos de puta, de verdad.
2 comentarios:
Bueno, ¿qué, ahivalaostia? ¿Sabemos algo más del caso del bote desaparecido o qué, cagonlá?
Una cosa es que seas vago, que el blog sea tuyo y te lo folles cuando quieras y bla, bla... y otra es que me tengas sobre ascuas al respecto.
Que me jode mazo no haber soñao con ovejas marrones desde hace meses, cabronazo!!!! ¿O te has convertido en una vulgar colombiana que solo le da al "mésenya"?
Querido amigo y sin embargo lector. No ha aparecido no. Es más, alguna que otra cosilla de algún que otro compañerillo también ha desaparecido. De los más diversos lugares los más diversos objetos. Esto es ridículo.
Pero... creo que he vuelto; en el fondo de mi alma siempre he sido un juntaletras.
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